“El consumidor tiene el poder” rezan los programas de denuncia de la pesca abusiva, la ganadería “intensiva” y todo tipo de atrocidades al medio, la flora y la fauna y las mercancías de sangre de seres humanos.
Qué fácil es culpar a la gente de que todos no participemos en determinada ONG para erradicar el hambre en Yemen.
Qué fácil es poner una zanahoria al burro y que se sienta culpable de no avanzar, mientras se aclama públicamente cómo ponerle tiritas, al tiempo que se desangra por todas sus arterias del Mercado, el Estado y la Religión.
Qué fácil es perfilar el tipo de consumidores perfectos que hacen infinidad de denuncias inútiles sobre pescado que no da la talla, sustancias perjudiciales o cancerígenas en el agua o la alimentación y el ambiente.
Clientes que se atreven a la imposibilidad de intentar negarse a consumir productos derivados del Sufrimiento de seres humanos y lo acusan infructuosa y estérilmente.
Qué fácil es vender la peregrina y estúpida idea de convertirnos en superconsumidores que realmente sean incapaces de alimentarse, vestirse, respirar o emplear cualquier producto de tecnología porque se dedican en vano a denunciar sus orígenes o procesamientos productivos, a unas autoridades y un aparato que los ignora ridículamente.
¿De dónde viene el poder del consumidor?
Y en el patético margen de la acción, qué fácil y cómodo es subirse al pedestal de decir “yo colaboro con esa causa” aportando un euro al día a una famosa ONG, con grandes patrocinadores famosos o millonarios que lavan dinero y se envuelve en diversos escándalos de corrupción.
O tan patético o más y qué fácil, es engañarse diciendo “yo fui al tercer mundo a alimentar y curar a gente”. Mientras estaba yo asegurado como un aventurero de fortuna, sin padecer hambre ni enfermedad y cubierto de todo riesgo por una ONG que gastó más en el viaje de mi comité, que en todo el alimento y las medicinas para hacer la foto.
Qué fácil y lamentable es sentirse el superhéroe de una fundación ante la opinión pública, mientras se blanquea capital y se compran voluntades.
Qué fácil es ofrecer la solución de votar un partido político u otro, mientras entre campañas de márquetin para satisfacer a uno u otro sector de la población, el destino político está pactado para someter a los pueblos…
Qué fácil es torturar a la audiencia con las guerras, el hambre, la desesperación… Y hacerles responsables de ellas, mientras los grandes intereses de unos pocos producen la hecatombe.
Es muy fácil engañar a la gente con mil caminos laberínticos, que conducen al único lugar de la desesperación.
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